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  • Osamu Tezuka

    A Osamu Tezuka se le conoce como el Dios del Manga. Tezuka hizo más de 150 mil páginas. También fue el primero en pensar que adaptar un manga a la televisión en capítulos de media hora podía ser una buena idea. Tezuka creó géneros nuevos, renovó otros y también hizo pequeñas obras maestras en terrenos poco explorados por otros mangakas. O sea, más allá de su inabarcable producción, en papel como en animación, Tezuka fue, es, y seguirá siendo por siempre el máximo historietista que vio Japón en toda su historia. No hay muchos que se le comparen. Eisner podría ser el más cercano, pero la cantidad de autores que tengan una producción así de extensa y así de elevada, realmente no son muchos. Osamu nació en 1928 y murió en 1989, con 60 años, por un cáncer de estómago. Y murió joven, en plena actividad, con proyectos inconclusos y con otros que intentaba concretar. Su importancia es tal que incluso, se dice en algunos libros, fue el responsable de darle a los personajes de los mangas esos característicos ojos gigantes. O sea, Tezuka realmente le dio al manga una identidad inmediata, que todavía hoy resuena. Osamu dibujó casi desde siempre. De pequeño le dedicaba horas a su hobby predilecto, mientras que gracias a su madre iba al teatro a ver a la compañía Takarazuka, un grupo teatral compuesto enteramente por mujeres que interpretaban todos los roles. Estos números impactaron al pequeño en gran medida, y a lo largo de toda su obra se aprecia cómo Tezuka cuida, respeta y le da tridimensionalidad a todos sus personajes femeninos. Las mujeres no son cachos de carne que posan para mostrar la tanga, la mujer es un personaje que siente, que vive con pasión y cuya fuerza es comparable a la del hombre, algo bastante arriesgado en la sociedad japonesa, que siempre adoleció de cierto machismo.

    A los 19 años Osamu estrena su primer manga importante, el que inaugura una etapa de esplendor comiquero en el país del sol naciente: La Nueva Isla del Tesoro. La obra fue un éxito absoluto y desde ese momento hasta la eternidad Tezuka se convirtió en un autor popular. Su fama creció con los años, hasta transformarse en un referente imposible de evitar para hablar de manga, y su prestigio creció con él. A pesar de haberse recibido de médico, profesión familiar por la que sentía una pasión única, decidió que realizar historietas era su verdadera vocación. Y a partir de ese momento comenzaría una primer etapa dentro de su carrera. Una etapa en la que Tezuka puliría su estilo, su narrativa, su primera noción del mundo. A él se lo compara mucho con Disney, por un lado porque el padre de Mickey fue una influencia muy fuerte para Osamu, y por otro lado justamente por lo emparentada que puede estar la primera etapa de su trabajo. De estos años fueron los mangas mas aventureros, los más lúdicos del autor. En los que siempre aparecía, en mayor o menor medida, el aspecto cómico de las cosas. De esta época es Lost World (1948), Metrópolis (1949) y Kimba, el león blanco (1950). Luego vino una brillante adaptación al manga de Crimen y Castigo, la novela de Fiador Dostoyevski. Hace un tiempo, un amigo me hizo una de las críticas mas inteligentes sobre ese manga: “Tezuka logró lo imposible, hacer de Dostoievski un autor divertido”. Se sabe, los personajes del escritor ruso son más bien seriotes. Pero el mayor logro no esta en que es divertido, sino en cómo lo hizo divertido; porque nunca le falló al espíritu de la novela original, y ahí está el quid de la cuestión, en no traicionar la esencia del relato. En 1953 lanzó La Princesa Caballero, y creó el Shojo. Ese género que hoy está tan de moda, y del que han salido obras imprescindibles, le debe todo a Osamu y su visión del universo femenino. Personajes fuertes, seguros, que a pesar de tener todo en contra no bajan los brazos, y como todo eso se puede nuclearse bajo una historia romántica. Pero el hito dentro de esta etapa, el manga más celebrado y el que llevó a Tezuka de Japón al mundo fue sin lugar a dudas Tetsuwan Atom, o como lo conocemos todos: Astroboy. Fue publicado desde 1952 hasta 1968, recopilado en 23 volúmenes. Y fue un éxito tan enorme en su país de origen, que Tezuka pensó que llevar la serie a la televisión en una serie animada de capítulos de media hora sería un golazo. Y como su admirado Disney, Tezuka luchó contra viento y marea, puso en juego mucho dinero, fundó su propio estudio (Mushi Productions) y salió a pelear contra la mismísima Toei. El resto es historia, Astroboy llegó a las pantallas de todo el planeta, y Tezuka preparó la fórmula sobre cómo un manga debe adaptarse a la televisión.

    Por esos años de aventura que atravesó Tezuka, surgió la figura de otro mangaka: Yoshihiro Tatsumi, cuyas historias tenían una crítica social feroz. La pobreza, el trabajo inhumano, el sexo y las miserias de la vida en Japón eran los temas con lo que Tatsumi armaba sus mangas dentro del gekiga. El mundo de Tezuka era fantasía, y Tatsumi escupía la realidad en la cara. Esto provocó en Tezuka una nueva etapa, donde los personajes adquieren mucho espesor contra las historias, que pasaban a un segundo plano. Ahora el eje eran los seres humanos y las relaciones entre ellos. Tezuka, que siempre fue un pacifista, comenzó a trabajar obras de un mayor contenido político y social. Y mostraba (con todo el dolor del alma, se nota en sus páginas), las bajezas a las que podía llegar un hombre con tal de lograr su objetivo. A partir de aquí, el héroe de Osamu sería ambiguo. Basta del maniqueísmo alla Disney, de aquí en más sus personajes son personas, a los que se puede mirar con odio o admiración de la misma manera y a través de una única historia. Esta etapa comienza a mediados de los sesenta y en los setenta alcanza su plenitud con obras maestras como La Canción de Apollo (1970), Oda a Kirihito (1970), Buda (1974-84) o Black Jack (1973-83), entre muchísimas otras que surgieron mas adelante, como Adolf, probablemente su mejor comic. Mención aparte, y una obra de lo más ambiciosa, es la celebrada Fénix, una épica que transcurre en diferentes épocas a través de un hilo conductor. El manga comenzó a publicarse en 1967, y su último volumen, el número 12, se editó en 1988. Pero desafortunadamente la obra no finalizó, y quedó inconclusa por la muerte del autor un año más tarde, al igual que otros mangas que no pudo materializar más que en bosquejos, como la ansiaba Ludwig B.

    Con el respeto que el maestro se merecía, Tezuka hoy es recordado en Japón como un verdadero prócer que hasta tiene un museo en su memoria. Para decirlo de manera sencilla, sin él no existiría el manga tal como hoy lo conocemos. Y hay mangakas que lo estudiaron, los buenos sobre todo. Ya sea para diferenciarse o para emularlo, los autores inteligentes reconocen en Tezuka una influencia imposible de negar. El colmo del homenaje llegó con Pluto, un manga de Naoki Urasawa que se desarrolla a partir de un capítulo de Astroboy.

    No importa qué manga, no importa el orden o su trama, lo que importa es leer a Tezuka. En Argentina, con un mercado del manga en constante crecimiento editorial y de público, Osamu parecería continuar en un lugar semioculto. Muchos lectores no lo leyeron, o no les interesa hacerlo o, lo que realmente da vergüenza, quizás ni lo conocen. Cuando se consume arte, el gusto tiene que pulirse. Y como no se puede entender la música sin cruzarse con Bob Dylan, por ejemplo, tampoco se puede entender el manga sin leer a Osamu Tezuka. Actualmente comenzó a publicarse en Argentina Astroboy, ahí tienen una excelente oportunidad para introducirse en su obra. Y lo que empezó Deux, ojala puedan continuarlo otras editoriales, nuevas o viejas, no importa, pero que se publique más material de este autor. Porque Tezuka es comercial, en Japón lo es, en Europa lo es, y en Argentina debería serlo porque el lector argentino, se supone, tiene que tener buen gusto. Y para lograr eso, es cuestión de darlo a conocer nomás.

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